sábado, 15 de noviembre de 2008

Pequeño pasaje de la historia: Samuráis

Los invasores mongoles recién desembarcados en la bahía japonesa de Hataka miraron con sorpresa la línea de guerreros a caballo extrañamente ataviados que se dibujaba ante ellos, demonios salidos del infierno con sus grotescas mascaras (kabuto) y ligeras armaduras (oyoroi), formadas por un enjambre de negras placas metálicas.
Uno de los caballeros, el más joven, se adelantó y lanzó un grito en una lengua desconocida, que a los mongoles les sonó ininteligible. El samurái estaba gritando su nombre y apellido, como prescribía su rígido código de batalla. Una vez que acabó la presentación, les lanzó una flecha silbante con su arco, acertando en uno de sus enemigos y empezó a cargar contra ellos. Como mandaban los cánones. En solitario.

Los rudos querreros mongoles no entendieron el ímpetu suicida del caballero, y su imperturbable formación de arqueros contestó al samurái con una lluvia de flechas. El guerrero solitario cayó. Los demás samuráis, acostumbrados a que el contrincante respetara el ritual que abría la batalla y contestara en los mismos términos, se quedaron petrificados ante la canallada de sus enemigos.
A pesar de ello, a pesar de descubrir que el resto del mundo no actuaba conforme al código de guerra con honor que aplicaban religiosamente los samuráis, estos acabarían derrotando y expulsando al invasor mongol. Era el año 1274 y el mito samurái había comenzado...

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